Louis Wain y los gatos que cambiaron el arte victoriano ¿Puede un gato psicodélico enseñarnos a mirar el futuro?
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Estamos en el invierno de 1898, en Londres, y un grupo de gatos sonríe desde las páginas de un periódico. No son gatos comunes: llevan trajes, beben té, juegan cartas, celebran una Navidad vintage que parece más un banquete aristocrático que una fiesta doméstica. Ahí aparece la mano inconfundible de LOUIS WAIN, el hombre que convirtió a los felinos en protagonistas de una historia cultural sin precedentes. Sus gatos antropomorfos no son meros animales; son actores de un teatro visual que mezcla lo adorable con lo inquietante, lo infantil con lo perturbador.
Origen: The Cat’s Christmas Party by Louis Wain, 1898
Lo curioso es que, aunque el New York Journal intentó llevar esta estética a América con ediciones especiales, el impacto fue tibio. En Inglaterra, los gatos de Wain eran estrellas; en Estados Unidos, apenas un capricho europeo. La pregunta es inevitable: ¿qué vio Inglaterra en esos gatos que Estados Unidos no quiso mirar?
La primera Navidad de los gatos ilustrados
Todo comenzó con un gesto íntimo. Wain, joven ilustrador con más dudas que certezas, se casa con Emily Richardson. Ella enferma gravemente y el matrimonio adopta un gatito callejero: Peter. Ese pequeño animal se convierte en musa, en excusa y en salvación. Cuando en 1886 aparece “A Kitten’s Christmas Party” en el Illustrated London News, el público inglés descubre algo que nunca había visto: ciento cincuenta gatos celebrando la Navidad como si fueran una comunidad humana paralela.
La pieza, trabajada durante once días, inaugura un universo visual en el que los gatos dejan de ser cazadores de ratones para convertirse en personajes sociales. Al principio caminan en cuatro patas, pero pronto empiezan a sonreír, bailar y hasta fumar. Wain reconoce que su método es sencillo y perverso: observa a la gente en restaurantes y cafés, pero en su cuaderno los dibuja como gatos.
“Sus gatos no eran mascotas, eran espejos deformados de la sociedad”. Esa es la clave: en el fondo, los felinos de Wain no representan animales, sino caricaturas de nosotros mismos.
Inglaterra se rinde a la aristocracia felina
La Inglaterra victoriana se enamora de inmediato. Los felinos de Wain aparecen en periódicos, en cromos, en postales navideñas y hasta en manteles. H.G. Wells llega a declarar que los gatos ingleses que no se parecen a los de Wain se sienten avergonzados de sí mismos. El elogio no es exagerado: Wain convierte al gato en icono nacional.
En tres décadas ilustra más de cien libros infantiles y lanza el Louis Wain Annual, un compendio de humor felino que acompaña cada año la vida cotidiana de miles de familias. Inglaterra, un país que hasta entonces prefería a los perros como símbolo de fidelidad y nobleza, adopta al gato como emblema de inteligencia, picardía y modernidad.
Pero mientras Inglaterra lo eleva a mito cultural, en Estados Unidos el experimento fracasa. ¿Por qué? Tal vez porque en aquel periodo los norteamericanos aún veían al gato como un animal de establo, no como un personaje urbano. Tal vez porque la estética de Wain, tan exagerada y teatral, resultaba demasiado europea para una sociedad que prefería el humor más directo de la caricatura local.
El fracaso americano y la lámpara eterna
Wain viaja a Nueva York en 1907. Es recibido como el “artista de gatos más famoso del mundo” y comienza a publicar tiras cómicas en los periódicos de Hearst. Parecía el inicio de una conquista continental. Pero el destino juega con ironía: Wain invierte sus ganancias en un invento absurdo, una “lámpara eterna” que nunca llega a fabricarse. Su aventura americana termina en ruina.
El New York Journal, que en 1898 había apostado por difundir su arte con ediciones especiales, tampoco consigue despertar un entusiasmo duradero. Quizá el problema fuera que las ilustraciones navideñas se publicaron en blanco y negro, perdiendo la fuerza de los colores que hacían brillar a sus gatos. Lo cierto es que la semilla nunca germinó al otro lado del Atlántico.
El giro psicodélico que adelantó un siglo
La verdadera sorpresa llega después. A partir de 1914, los gatos de Wain empiezan a cambiar de forma. Los trazos se vuelven geométricos, los colores vibran, los fondos parecen mandalas. Su estética se desliza hacia lo psicodélico décadas antes de que el término exista.
Algunos médicos aseguran que esta transformación refleja su esquizofrenia. El psiquiatra Walter Maclay incluso ordena sus dibujos en una serie que va de lo figurativo a lo abstracto, como prueba de un deterioro progresivo. Pero otros especialistas cuestionan esa teoría: ¿y si no era enfermedad, sino pura experimentación artística?
Lo cierto es que esas piezas psicodélicas conectan directamente con el arte psicodélico de los años sesenta, con carteles de conciertos, portadas de discos y grafismos psicotrópicos. Louis Wain se convierte, sin proponérselo, en un pionero del arte psicodélico.
Retro, vintage y cyber-felinos
Hoy, cuando lo retro y lo vintage dominan modas y galerías, los gatos de Wain parecen más actuales que nunca. Su capacidad de fusionar lo tierno con lo inquietante anticipa movimientos artísticos que exploran la antropomorfización y lo extraño. Basta mirar las tendencias de ilustración retro o los experimentos cyber-vintage para reconocer la huella felina de Wain en carteles, cómics y arte digital.
Incluso la obsesión de internet por los gatos —memes, cuentas de redes sociales, gifs eternos— encuentra un origen remoto en su obra. ¿No son acaso los gatos de Wain los primeros felinos virales, convertidos en iconos de masas mucho antes de YouTube o TikTok?
“Cada gato de Wain es un espejo deformado de nuestra propia cara”. Quizá por eso seguimos mirándolos con fascinación.
El eco del New York Journal y la difusión del arte europeo
El papel del New York Journal en esta historia no es anecdótico. A finales del siglo XIX, el periódico de Hearst se convierte en una de las vías más importantes para introducir el arte europeo en Estados Unidos. Publicar a Wain en su edición de Navidad fue un intento de tender un puente cultural entre Londres y Nueva York.
El hecho de que la apuesta fracasara revela tanto como el éxito inglés: muestra los límites de la globalización artística de la época y el peso de la sensibilidad cultural local. Para el público estadounidense, los gatos de Wain eran demasiado teatrales, demasiado satíricos, demasiado europeos. Pero en Inglaterra eran la perfecta síntesis de una época que adoraba el exceso ornamental y la sátira social.
El legado que no se extingue
Mirar hoy a Wain es entrar en un laberinto de paradojas. Sus gatos son dulces y aterradores, cómicos y filosóficos, victorianos y futuristas. Anticipan tanto el humor gráfico del siglo XX como las estéticas psicodélicas y las corrientes retrofuturistas que ahora resurgen.
En cierto modo, Wain entendió algo que muchos artistas contemporáneos siguen buscando: que la innovación no siempre está en el objeto, sino en la mirada. Basta convertir a un gato en un aristócrata o en un ente geométrico de colores imposibles para recordar que el arte es, en esencia, una forma de cambiar la percepción de lo cotidiano.
“La verdad espera. Solo la mentira tiene prisa.” (Proverbio tradicional)
Una pregunta que sigue viva
¿Fue Louis Wain un genio adelantado o un enfermo incomprendido? ¿Un caricaturista victoriano o el primer artista psicodélico? Quizá fue todo eso y más. Lo indiscutible es que sus gatos antropomorfos siguen vivos, con ojos que nos observan desde un siglo pasado y nos recuerdan que la frontera entre lo tierno y lo extraño es tan fina como fascinante.
Y entonces surge la verdadera incógnita: ¿qué pensarían hoy esos gatos victorianos, vestidos con trajes de terciopelo, al verse convertidos en memes de internet?