La navidad empieza en invierno y no es en el Polo Norte

¿Quién quiere ser Santa en pleno julio? La navidad empieza en invierno y no es en el Polo Norte

Convertirse en Santa Claus puede parecer una locura en julio, pero en Australia Occidental ya están repartiendo trineos y entrenando ‘ho ho ho’s’. En pleno invierno austral, mientras el resto del mundo se despereza con ventiladores y helados, en Perth los hombres de barba blanca están haciendo fila. No para un casting de Hollywood ni para una producción de Netflix, sino para algo mucho más mágico: ser Santa Claus en carne y risa.

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La agencia de talentos Scene to Believe lanza su particular alerta roja: busca decenas de hombres (y mujeres también) para interpretar a Papá Noel, a la Sra. Claus y a los elfos. Sí, elfos. Porque alguien tiene que repartir ilusión y hacerse selfies con niños que preguntan si los renos comen pizza.

Detrás de este reclutamiento está Viviana Diaz, una especie de directora de orquesta navideña con una misión clara: conseguir unos 40 Santa Claus de corazón grande y barriga opcional. No hace falta tener barba blanca ni haber comido galletas con leche desde los cinco años. Lo que importa es tener algo más raro que el oro: alma navideña.

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Lo que nadie te cuenta sobre ser Santa Claus

“La gente cree que basta con ponerse un traje rojo y ya está”, me cuenta Viviana con esa mezcla de seriedad profesional y brillo en los ojos que tienen quienes creen de verdad. “Pero ser Santa va más allá. Hay que saber escuchar, saber mirar. Hay que tener empatía”.

No se trata solo de sentarse en un sillón con un niño llorando encima. Es saber cuándo agacharte, cuándo extender los brazos, cuándo reír sin asustar. Por eso existe una Santa School, una especie de academia secreta donde te enseñan a caminar como Santa, a usar la panza con dignidad, a hacer el “ho ho ho” con autoridad… y ternura.

“Ser Santa no es actuar, es conectar”, repite Viviana como si fuera un mantra.

Y no, no todos los días son mágicos. A veces el traje pica, el aire acondicionado se estropea o un niño lanza una pregunta imposible como “¿por qué no vino mi abuelo este año?”. Pero ahí es donde aparece el Santa de verdad. El que no improvisa con mentiras, sino con cariño.

“Es como estar de vacaciones todo el año”

Ray Sorensen sabe lo que es eso. Lleva ocho años poniéndose el traje rojo y dice que jamás se cansa. “Me siento de vacaciones todo el año”, asegura con una risa suave, como si llevara música de campanillas en la garganta.

Ray no se presenta como un actor ni como un profesional del entretenimiento. Dice que vuelve cada año por los niños, por las familias, por las historias que se repiten pero nunca se parecen. Por ese instante fugaz en que un niño deja de temerle al gigante de barba blanca y sonríe.

“Hay días que se te parte el corazón. Y otros que te lo agrandan”, confiesa. Porque sí, también hay lágrimas. Y no siempre son de alegría. Pero ahí está la clave: aguantar los momentos duros y devolver magia, aunque sea con un simple “¿Te gustan los renos?” o una caricia en el cabello.

Las tres palabras que lo cambian todo

Ray tiene una fórmula secreta. Cuando un niño está paralizado, mudo o con lágrimas en los ojos, él pronuncia tres palabras. No son las del cuento clásico, pero casi: “Navidad. Santa. Regalos”. Y ahí ocurre algo. Es como si un interruptor se encendiera. Los ojos se abren, la sonrisa se asoma. Esas tres palabras tienen más poder que mil promesas.

Y no solo funciona con niños. Los adultos también se desarman. Los abuelos que recuerdan su infancia, los padres que ven a sus hijos por un instante como milagros vivientes. “A veces los adultos son los más necesitados de magia”, dice Ray.

El contrato emocional de un Santa

No hay salario que pague ese tipo de trabajo, aunque sí, hay sueldo. Pero lo que mueve a estos aspirantes a Santa no es el dinero. Es algo mucho más arcaico: dar. Dar sin esperar. Dar porque sí. Porque alguien tiene que mantener viva esa locura maravillosa que es creer.

Viviana lo resume con una frase que debería estar grabada en el trineo: “No se trata de parecer Santa. Se trata de serlo, aunque sea por unas semanas”.

Y ese “ser” implica entrega. Aprender a escuchar sin juzgar, abrazar sin preguntar, reír sin forzar. Incluso recoger lágrimas sin dejar que te inunden.

Los elfos también tienen voz

Por supuesto, no todo es rojo y blanco. En Scene to Believe también se buscan elfos. Pequeños ayudantes que hacen reír, que bailan, que sostienen la escena cuando Santa está cansado. Y la Sra. Claus, claro. Porque incluso en la leyenda navideña hay lugar para los duetos.

Lo interesante aquí no es solo que se abran plazas, sino que se abra un espacio simbólico para personas que normalmente no se pondrían en estos zapatos. O botas. Gente que trabaja en oficinas, jubilados que buscan un propósito, jóvenes que quieren algo distinto.

Y todos pasan por la escuela. No para estandarizar, sino para liberar. Para sacar ese lado humano que a veces el mundo moderno aplasta con cinismo y horarios.

“Sé tú mismo. Ama a los niños. No esperes nada”

Ese es el consejo que Ray da a quien quiera intentarlo. No hay fórmulas mágicas. Solo eso: ser uno mismo, amar sin condiciones y no esperar nada. Porque cuando no esperas, todo lo que llega es regalo.

Y sí, hay días malos. Hay padres malhumorados, hay niños que patean, hay trajes que huelen raro y horarios interminables. Pero también hay milagros. Pequeños, silenciosos, casi invisibles. Como ese niño que por fin habla, esa abuela que agradece con lágrimas o ese adolescente que vuelve a creer por un instante.

“Haz cosas pequeñas que hagan felices a tus padres”

Ray lo repite cada año. No hay que construir castillos ni comprar cohetes. Basta con recoger los juguetes, tender la cama, sonreír al abuelo. Esas pequeñas cosas que hacen que la vida parezca un cuento sin necesidad de dragones ni princesas.

“La magia está en las cosas pequeñas”, dice. Y no se equivoca.

El espíritu navideño no se apaga, solo cambia de hemisferio

Mientras en Europa sudan bajo el sol y en América planean sus vacaciones de verano, en Australia los trajes rojos salen del armario. Y no es una broma. Es un acto de fe. De humanidad. De querer ser parte de algo más grande que uno mismo.

Porque al final, ser Santa no es un trabajo. Es un gesto. Un símbolo. Un recordatorio de que en algún rincón del mundo siempre hay alguien dispuesto a escuchar, abrazar y decir: “Todo va a estar bien”.

Y tú, ¿te atreverías a ponerte la barba blanca?


“No se trata de parecer Santa. Se trata de serlo, aunque sea por unas semanas”

“Hay días que se te parte el corazón. Y otros que te lo agrandan”

“La magia está en las cosas pequeñas”


“La verdad espera. Solo la mentira tiene prisa.” (Proverbio tradicional)
“La navidad no es una fecha. Es un estado del alma.” (Mary Ellen Chase)

Si algún día vas por Perth en pleno julio y ves a un tipo riendo fuerte, con botas gruesas y ojos brillantes, no te asustes. Puede que no sea el verdadero Santa Claus. Pero probablemente tenga más espíritu navideño que todos los anuncios de televisión juntos.

Y ahora la pregunta es inevitable:
¿Quién dijo que la magia solo existe en diciembre?

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